Todos los primos de la familia estábamos jugando en la casa de unos tíos, la cual es muy bonita y tiene estilo colonial; sus pasillos guardan la esencia de una época que ya pasó; entre todos los espacios podíamos divertirnos.
A alguien se le ocurrió la idea de jugar a las escondidas. Entre tantos niños dispuestos a jugar y espacios donde esconderse, pronto empezamos a pasar la tarde. Logré esconderme en la jardinera, detrás de un arbusto y vi cómo mis primos corrían por toda la casa entrando a las diferentes habitaciones y pasillos.
El primo que contaba terminó justo a tiempo para que todos pudiéramos escondernos y así salir a buscarnos. Sin duda, no tuve suerte porque fui la primer persona a la que encontró y después me tocaría contar a mí.
Después de varias rondas, todos se sabían los diferentes escondites y cada vez era más fácil encontrarnos y más difícil escondernos. A una prima, con ayuda de su hermano, se le ocurrió esconderse en un viejo barril, en el cual en otros tiempos se reservó alguna bebida como la cerveza o el vino. Era un escondite perfecto y, al momento de buscarla, ninguno, a excepción de su hermano, sabría dónde encontrarla.
Habían pasado varios minutos y el juego pasaba de divertido a ser aburrido y preocupante. Comenzamos a gritar su nombre y a decirle que ella había ganado, pero no escuchamos respuesta alguna, hasta que su hermano nos dijo dónde se había ocultado y la encontramos sentada al fondo del viejo barril.
Mi prima no se veía nada bien, temblaba de miedo, y no podíamos sacarla de ahí; su hermano llamó a su papá para
sacarla. Mi tío llegó tan pronto como le fue posible y sacó a su hija. Todos creíamos que él nos regañaría, sin embargo, nos explicó que ella sufría claustrofobia, es decir, un gran temor a los lugares cerrados.
Creo que ninguno de nosotros conocía ese tipo de temor; el más común es el miedo a la oscuridad y, si sumábamos el hecho de que nuestra prima estaba encerrada con poca luz y por varios minutos, cualquiera que se hubiera escondido en el viejo barril se habría asustado.
Mi primo, cabizbajo, le preguntó a su papá si nos regañaría o castigaría a todos, él respondió que no, pues mi prima se había escondido en el barril por su propia voluntad, y nadie sabía lo que pasaría, a menos de que alguien la hubiera obligado a entrar ahí sin su consentimiento previo. Todos nos miramos y contestamos que no. Mi primo añadió que él la había ayudado a esconderse ahí, pero que no había pensado en que sucedería eso, mucho menos,
en que la dejaríamos encerrada en el barril.
Nuestra prima, quien antes había estado asustada, poco a poco regresó a su semblante natural; su papá la llevó consigo adentro de la casa y el juego pronto terminó. Los que nos quedamos en el patio nos alejamos del viejo barril y buscamos otro juego para divertirnos.
De regreso a casa, pensé en el miedo que debió haber sentido mi prima al quedarse atrapada en el barril y el que deben sentir las personas que son privadas de su libertad en un lugar sin salida.
Poco a poco, voy comprendiendo que los derechos que mi abuelo me está enseñando ayudan a las personas a hacerlos valer en su vida diaria, cuando son quebrantados.