Qué día aquél cuando me di cuenta de que había dejado pasar una gran oportunidad y que alguien más la había aprovechado, debido a mi indecisión. Mi comentario era bueno. Sin embargo, no haberlo compartido parecía no haber afectado en nada o, al menos, eso era lo que quería pensar.
Esperaba el momento adecuado para levantar la mano y participar en clase. Los nervios, o quizá la inseguridad, me impedían hablar frente a mis compañeros.
Las clases pasaban y veía cómo mis compañeros participaban activamente, hacían preguntas y siempre encontraban la respuesta a las dudas que planteaba la maestra, mientras que unos cuantos niños más y yo nos quedábamos en silencio, sintiéndonos invisibles.
En muchas ocasiones, me hubiera gustado participar, pero, sin darme cuenta, dejaba que otras personas hicieran comentarios o tomaran las decisiones por mí; estaba viviendo en lo que llaman zona de comodidad, donde nada te afecta, pero en nada influyes, pues nuestra vida pasa desapercibida y no trascendemos.
Eso lo aprendí cuando fuimos a una exposición temporal de las civilizaciones prehispánicas de México. En sus obras de arte, así como en sus piedras talladas, códices, pinturas, artesanías y monumentos, había una herencia cultural que perdura hasta nuestros días.
La voluntad de muchas personas se unió para crear grandes culturas que hoy recordamos como un emblema de nuestra nación. Su participación, tanto en el arte como en la alfarería y la arquitectura, así como sus creencias y su pensamiento, nos permiten conocer más sobre ellas.
Mientras más conocía las antiguas culturas, más me emocionaba pensar que, en un futuro, niños como yo verían lo que hemos hecho para aportar a la cultura mexicana y, quizá, nos juzgarían o admirarían por lo que realizamos.
Vi un video sobre las pinturas rupestres y, al observar la huella de una mano pintada sobre la pared, comprendí que todos participamos en la creación de nuestra propia cultura y que, si lo hacemos con firmeza, podremos dejar la nuestra plasmada en la historia.
Al llegar a la escuela, la maestra preguntó qué habíamos aprendido en la exposición de la era prehispánica. No dudé en participar y aportar algo a la clase; aunque los nervios no desaparecieron pronto, tuve la confianza de que dejaría mi huella.
Cuando la oportunidad se me presentó nuevamente y la maestra pidió que levantáramos la mano, la mía, temblorosa y tímida, se alzó a lo alto. Después de la participación de varios compañeros, fue mi turno y mi voz se escuchó en todo el salón: —De las culturas prehispánicas, aprendí la importancia de la unión y la participación de los antiguos habitantes de esta tierra, para crear monumentos y obras que perduran hasta nuestros días; pues, si no hubieran colaborado todos, no existirían enormes piedras olmecas o majestuosos atlantes de Tula, no contemplaríamos las pirámides mayas ni leeríamos los poemas de Netzahualcóyotl, no veríamos a los voladores de Papantla y no conoceríamos el legado de las antiguas civilizaciones.
Al concluir mi participación, la maestra nos pidió de tarea un escrito en el cual describiéramos la manera en la que nosotros participamos y contribuimos en la formación de nuestro gobierno y nuestro país. Nos dio una pista para hacerlo, nosotros participaremos cuando seamos mayores de edad y todas las personas ejerceremos ese derecho.