Era invierno, estaba triste porque había perdido mi gorrito de hermosos colores y con un pompón blanco, uno muy suave y encantador a la vista, regalo de una tía querida que lo había tejido a mano.
En esta temporada, en la que debemos abrigarnos y cuidarnos para no enfermarnos y poder disfrutar de nuestras vacaciones o de momentos con la familia, mi tía les regaló a todos sus sobrinos una bufanda o un gorrito. A ella le encanta tejer, bordar y coser; piensa en todos sus sobrinos, así como en sus hijos, y nos quiere mucho.
Antes de salir de vacaciones, mi tía me regaló aquel gorrito de colores. Me gustó muchísimo y lo llevaba camino a la escuela; cubría mis orejas del frío y me sentía muy bien usándolo.
A varios compañeros les da pena usar suéteres navideños que les regalan en esta época, pero el gorrito era fantástico, y lo hubiera usado todo el invierno, si no lo hubiera perdido.
Un día, al regresar de la escuela, estaba haciendo calor; no llevaba puesto ni el suéter ni el gorrito. Cuando llegué a casa, me percaté de que yo no traía al gorrito; no sabía si lo había perdido en el colegio o en el camino a mi casa, tan sólo que ya no lo tenía.
El sentimiento que me invadió en ese instante no me permitió recordar con claridad dónde lo había visto por última vez. Pensé que mis papás me regañarían por tener poco cuidado con mis cosas; además, ése había sido un regalo, ¿qué haría si mi tía me preguntaba por el gorro?
No pude ocultarles que lo había perdido, mucho menos a mi tía. Con la cabeza baja, les dije a mis papás que no encontraba mi gorrito y les pedí que me ayudaran a buscarlo. A mamá le comenté que había llevado tantas cosas a la escuela que tal vez lo había dejado ahí.
Nadie me regañó, quizá vieron mi cara tan llena de tristeza que me ayudaron a buscarlo. En ese momento, llegó mi tía a visitarnos y la situación se complicó cuando empecé a llorar; no podía creerlo. Tenía la esperanza de encontrarlo y decirles que no había pasado nada.
Mamá le comentó a mi tía lo ocurrido, ella se acercó a mí y, tratando de alegrarme, me dijo que haría otro, incluso más bonito que el anterior. Es extraño, las personas añoramos mucho nuestras cosas, y más cuando las perdemos; comprendí que en realidad, el gorrito era un objeto de poco valor, pero muy especial para mí, y tenía
derecho a recuperarlo.
Para mi suerte y por coincidencia, varios días después, cuando creí que ya estaba todo olvidado, de camino a la escuela vi a un niño que llevaba mi gorrito en su cabeza, pues era único y lo reconocí de inmediato; le dije a mi
mamá y ella aceptó acompañarme a recuperarlo.
Corrimos hasta alcanzarlo; iba con su mamá; la mía lo detuvo y le pidió disculpas por el atrevimiento, pero el gorrito que llevaba puesto su hijo era mío y lo había perdido hace unos días; además, agregó lo triste que yo
estaba.
Sin decir más, el niño me miró y se quitó el gorrito, me dijo que era muy bonito, que lo había encontrado tirado en la calle y, le gustó tanto, que se lo llevó a su casa; extendió sus manos para dármelo y, a cambio, le di un abrazo por su acción. Mi mamá le agradeció a la suya por los buenos modales de su hijo, y aquella tarde, los invitó a tomar un chocolate.
Mi tía se alegró mucho de que lo hubiera encontrado; además, el gorrito que me iba a reponer, se lo regaló en agradecimiento a aquel niño que me devolvió el mío. Ahora él es mi gran amigo y, fue un gorrito y su honradez lo que permitió nuestra amistad.