Un niño caminaba con su hermana mayor por las tiendas. En éstas había una gran variedad de arreglos y regalos porque se acercaba el Día de las Madres. La hermana ya había comprado un obsequio, pero él aún no encontraba el indicado para su madre.
Ella les daba amor y cuidados todos los días, procuraba que nunca les faltara nada; era la armonía del hogar y la mejor cocinera. Además, les había enseñado a cuidar la naturaleza, así como a convivir con ésta; tenía un pequeño jardín que cuidaba con esmero, en donde les hablaba a las flores con cariño y éstas crecían hermosas y encantadoras en las más adversas estaciones del año.
El hijo buscaba un regalo que fuera digno para una madre tan amorosa y cariñosa como la suya, que representara todo lo que ella les había enseñado; dio muchas vueltas por las tiendas, hasta que se le ocurrió una idea, le dijo a su hermana que no comprarían nada y que regresarían a casa.
Cuando llegaron, el pequeño, sin que nadie lo viera, buscó un objeto entre los botes de basura y los pestilentes olores de ésta y, después de un rato, lo encontró: era una botella; la lavó y esperó a que se secara mientras él se bañaba. Después tomó unas pinturas que tenía guardadas y, con calma y cuidado, escribió sobre ella unas palabras.
Al día siguiente, le pidió a su hermana que lo acompañara a una tienda de jardinería, en donde compró una pequeña flor que, después, con bastante laboriosidad, puso dentro de la botella que tanto había buscado.
El niño se encargó de que la flor creciera, sin que nadie sospechara. Si su mamá lo hubiera visto regar y cuidar de
aquella planta, se hubiera sorprendido de la fragilidad y delicadeza con la que su hijo la trataba, era la misma manera como ella lo hacía con sus dos hijos y sus flores; pero nadie lo descubrió y todo marchó de acuerdo con el plan.
El tan esperado Día de las Madres llegó. Los regalos comenzaron a aparecer cuando todos estuvieron reunidos en
la sala para felicitar a su mamá. Su papá le regaló un perfume; su hermana, unos aretes; y él, una botella de vidrio muy curiosa, de considerable tamaño, transparente y con un grabado hecho con pintura que decía: “te quiero mamá”.
Dentro de la botella estaba la flor que tanto había cuidado, crecía y se adaptaba muy bien al espacio en el que se
encontraba. El obsequio, además de cautivar a su mamá, sorprendió a toda la familia.
Su hermana le preguntó —¿Cómo lograste que la flor creciera ahí dentro?— pues ella la había visto antes de que fuera introducida a la botella y, como no le había ayudado, tenía curiosidad por saberlo. El niño respondió —He visto cómo la naturaleza hace cosas extraordinarias, así que pensé que si reciclaba la botella de vidrio colocándole una flor adecuada, ésta podría crecer con los cuidados necesarios. Todo lo demás, mamá nos lo enseñó cuando cuidaba sus flores del jardín, así que no fue difícil.
Su mamá conmovida le dio un abrazo y agradeció a toda la familia por los regalos. Decidieron que sería buena idea salir a comer al jardín y poner sobre la mesa y el mantel aquel singular regalo.
Al terminar, los niños jugaron un rato en el jardín; mientras su madre, que veía la flor dentro de la botella, agradecía que sus hijos cuidaran de la naturaleza y convivieran con ésta, pues el equilibrio del planeta consiste en convivir con el medio ambiente, cuidarlo y protegerlo.