Me encanta soñar ya que esto me brinda la posibilidad de vivir grandes aventuras y la oportunidad de conocer lugares que sólo pueden existir en el mundo de mi imaginación.
Anoche tuve un sueño muy interesante, en el que me perdía en un lugar que nunca en mi vida había visto; la verdad es que era muy hermoso y confuso a la vez. Estaba en un enorme campo donde había muchas bifurcaciones y, al final, no supe qué camino tomar.
Tal vez tuve ese sueño porque a la hora de la comida todos hablábamos sobre la infinidad de destinos que existen para salir de vacaciones, todos pensábamos dónde nos gustaría ir a divertirnos, descansar o, simplemente, llegar a conocer.
Me alegra saber que todos tenemos el derecho de circular libremente, de descubrir y encontrar varios lugares en común con las personas que conocemos y de estar en buena compañía.
Recuerdo que en mi sueño hubo un momento en el que nadie me acompañaba ni me decía qué dirección tomar o qué me encontraría si elegía un camino u otro.
De pronto, mi sensación de tranquilidad se transformó en ansiedad. Caminaba en círculos. Mi sueño se volvía una pesadilla cuando sentía a mis espaldas que alguien seguía mis pasos.
Tuve miedo tan sólo de escuchar que me perseguían, así que corrí en busca de un refugio donde no pudieran encontrarme. Quería esconderme y sentir la seguridad de mi hogar y la protección de mi familia.
Cuando menos lo esperé, desperté sudando. Mi corazón latía fuertemente. Ahora sé qué se siente en las persecuciones de las películas: es una sensación espeluznante pues, tan sólo de pensar que te pueden alcanzar y que debes huir, da miedo.
Antes de volver a dormir, pensé que si repetía el mismo sueño, en esta ocasión elegiría muy bien el camino que tomaría y el destino al que quería llegar. No podía perderme nuevamente en un laberinto donde no hubiera salida.
El cansancio me fue ganando poco a poco y, para mi suerte, mi sueño era el de siempre; me encontraba en el mismo lugar, pero en esta ocasión, mis papás me acompañaban. Ya no tenía miedo; ellos me decían que me acompañarían al lugar donde quisiera ir y, cuando fuera el momento preciso, me dejarían escoger mi propio camino.
Me reí al pensar que muchas veces queremos que nos dejen salir solos a la calle, queremos ser independientes, porque ya somos grandes, pero nuestros papás nos acompañarán hasta que estemos listos para seguir por nuestra cuenta; además, estar en su compañía nos da fortaleza y nos permite caminar con paso firme.
Después de andar por muchas veredas, llegué a un punto en el que se separaba en dos direcciones: en una, había un tobogán y, en la otra, unas escaleras infinitas. Mis papás me dejaron elegir la dirección a la que quería ir e, instintivamente, me dirigí a las escaleras.
—Esta escalera te permitirá llegar a lugares muy altos, que sólo puedes alcanzar subiendo un peldaño tras otro; todos tienen la oportunidad de subirlo, pero sólo unas personas tienen la habilidad y la voluntad de esforzarse para subir cada escalón y llegar al final, —decía una voz suave que provenía de algún lugar.
—¿Qué pasará una vez que lleguemos hasta el último escalón?, — pregunté con gran curiosidad, y la voz de mi sueño respondió: —Sentirás tranquilidad, porque tu esfuerzo habrá dado fruto. Tendrás la confianza de haber transitado por una escalera que no todos se atreven a subir y el lugar al que llegues será tu destino.
Sabía que no tenía que pensarlo más; había encontrado el lugar al que quería ir y, con libertad, podía recorrer el camino que había escogido. Me sentía feliz tan sólo de pensar que esas escaleras serían parte del viaje.