Creo que mi salón de Clases ha madurado y se ha unido cada vez más. Llevar a la práctica nuestros valores y conocer nuestros derechos nos permite convivir mejor y compartir las cosas buenas, así como enfrentar las situaciones que dañan nuestra persona.
Me invade una gran alegría tan sólo de pensar que de este grupo de alumnos, dos de ellos son mis amigos: “el catrín”, que demostró que la amistad es un sentimiento noble y “el negrito” quien defendió sus derechos y nos enseñó que todos somos iguales.
Sin embargo, hoy, un compañero que siempre había pasado desapercibido, nos enseñó que la valentía debe prevalecer sobre el miedo de los que se creen más fuertes y que están por encima de los demás.
Esta semana nos aplicarán los exámenes finales. La mayoría de los alumnos estuvieron ocupados estudiando y preparándose para sacar buenas calificaciones; pasó desapercibido que uno de nuestros compañeros, el más inteligente, pero tímido y reservado, estaba sufriendo por culpa de unos niños de otro salón.
Al escuchar lo bueno que era y lo bien que le iba en las materias, lo amenazaron para que hiciera sus tareas y resolviera de un día para otro las guías de exámenes. Los últimos días de clases, se veía tan desvelado que se
caía de sueño durante ellas. Y cuando le preguntábamos qué tenía, nos respondía que no había podido descansar la noche anterior por tomar café antes de dormir.
La situación comenzó a empeorar en el recreo, cuando se ausentaba por mucho tiempo y no lo veíamos hasta que regresábamos a clase. Nuestro amigo, con su dinero, les compraba cosas a esos brabucones y ellos empezaban a tratarlo como un sirviente.
Pero, antes de que pasara una semana, nuestro compañero no resistió más e hizo lo correcto: los denunció, no sólo con nuestra maestra, sino con todo el grupo. Le pidió a la profesora un minuto para hablar con todos.
Cuando se levantó frente a de todos nosotros, sus manos temblaban y su voz se entrecortaba, hasta que tomó un respiro y dijo lo siguiente: —Muchas veces, por miedo, preferimos callar antes de que se cumplan las amenazas. Hace unos días, decidí hacerlo, pero ahora sé que no es lo correcto, pues si recibo el apoyo de ustedes, los niños que han estado intimidando no volverán a someter a alguien bajo su voluntad.
La maestra pidió que le explicara toda la situación y, cuando lo supo, no dudó en ir a hablar con la profesora del otro salón. Los niños brabucones dirían que fue cobarde por decir lo que estaba pasando; pero, en realidad, él era valiente, porque a pesar de todas las amenazas verbales que le decían los demás niños, decidió hablar y confiar en nosotros, como su grupo, para que lo apoyáramos.
Cuando los niños agresores regresaron de su suspensión, creyeron que podrían seguir haciendo de las suyas con nuestro grupo; pero esta vez, todos nos juntamos, y nuestro compañero, quien antes habría tenido miedo, salió al frente a defendernos.
—Somos niños y debemos vivir felices, jugar y divertirnos en nuestro tiempo libre. Tenemos derecho a disfrutar de nuestra infancia. Es triste que sean compañeros de nuestra propia edad los que quieran intimidarnos o causarnos daño, porque en nuestro corazón crecerán sentimientos negativos que no deben prevalecer.
Todos apoyamos las palabras de nuestro amigo y reprobamos las equívocas decisiones de los niños que, hasta ese momento, comprendían las consecuencias de sus acciones.
Nuestro compañero ha sido valiente y nos ha enseñado a todos la lección: sin importar si somos menores de edad, reservados o tímidos, no debemos quedarnos callados y permitir que nos traten mal, nos humillen y quieran
hacernos sirvientes o esclavos de quien erróneamente piensa que tiene poder sobre nosotros.