La familia estaba buscando un nuevo hogar donde vivir. Para ella, era difícil pensar que abandonaría su país y llegaría a un lugar desconocido, ajeno a su cultura e idioma.
La tristeza llenaba de lágrimas los rostros de dos niños, quienes no podían describir con palabras la confusión que sentían al abandonar su hogar por un tiempo o, quizá, para siempre. A pesar de que tenían el derecho de salir de su país y la oportunidad de conocer otros lugares, con otro idioma y otra cultura, para ellos, dejar a sus amigos y todo lo que conocían a su corta edad era impensable.
Sus horas de juego en el lago y en su casa no las olvidarían pronto, ni el sabor de la comida, los amigos después de la escuela y los atardeceres; tampoco la última vez que fueron a pasear en lancha antes de mudarse.
Todo sería igual a los días anteriores si en sus corazones no hubieran sentido la tristeza de la despedida. Su padre, quien trataba de animarlos, los mojó con los remos y comenzó a contar una historia.
—¿Ven esa hermosa garza blanca?, —los niños buscaron con su mirada inquietante hasta que la encontraron. —¡Es hermosa!, exclamó uno ellos al verla con curiosidad. Veían sus patas negras y finas y su pico naranja y afilado. Estaba cazando algunos peces en la orilla del lago.
Su papá los acercó a la garza lo más que pudo, esperando que ésta no se incomodara con su presencia y, cuando
estuvieron más cerca, les explicó a sus hijos —Esta garza es reconocida por encorvar su cuello cuando vuela, y es especial para nosotros por una razón: sus hijos lo miraban con atención y en silencio, esperando escuchar el relato completo.
—En unos días, esta hermosa ave emigrará, al igual que nosotros, a otro país junto con su familia; regresará cuando la temperatura cambie en unas cuantas estaciones. Justo ahora se está preparando para partir.
El hijo menor le preguntó a su papá si en el lugar al que ellos irían, las encontrarían de nuevo, él respondió que desconocía su destino, pero esperaba que, cuando regresaran, pudieran encontrarlas en el lago nuevamente.
—¿Entonces, regresaremos algún día?, preguntó su otro hijo con alegría. —Claro que sí. En México, está parte de nuestro hogar y, así como las garzas regresarán, también nosotros lo haremos algún día.
—Papá, si nuestro hogar está en México y no queremos irnos, ¿por qué debemos partir como las garzas?, preguntó
nuevamente su hijo, que amaba tanto ver ese paisaje y vivir en esta tierra.
—Su mamá y yo pensamos en buscar nuevas oportunidades. Ustedes podrán conocer nuevos lugares y una nueva cultura.
Todos, al igual que las garzas, aprenderemos de ambos lugares, pues éstas saben cuándo es tiempo de partir y cuándo de regresar.
—Papá, estoy contento de que nos hayas traído a ver a esta garza antes de que nos vayamos pues, estoy seguro de que en algún tiempo, al igual que ella, regresaremos aquí, exclamó uno de los dos niños.
Y el otro niño concluyó diciendo: —Sé que tendremos nuevas experiencias a donde vamos a ir y, lo mejor es que tenemos la libertad y la oportunidad de conocer más allá de estos horizontes, más aun, de encontrar un segundo hogar donde viviremos felices.
Sus dos hijos comprendían que así como la hermosa garza, que ahora extendía sus alas para levantar el vuelo, ellos también debían hacerlo. Tenían que confiar en que tendrían un buen viaje; además, su nuevo hogar los recibiría con amabilidad y, con el paso del tiempo, decidirían si regresarían al lugar que alguna vez fue su casa.