Los seres humanos solemos guardar sentimientos en nuestro corazón que hacen daño a las personas que nos rodean, pero, sobre todo, a nosotros mismos y, cuando perdemos el control sobre nuestras emociones, las consecuencias pueden causar daño.
Conocí la historia de un señor que era borracho y que había vivido tan sólo para tomar alcohol. Esta terrible adicción hizo que perdiera de las relaciones importantes de su vida. Su pérdida más valiosa había sido su familia, integrada por su esposa y sus dos hijos. A mí me llamó la atención el caso debido a que soy de la misma edad que su hija.
El sufrimiento que le causaba a la niña ver a su padre en una condición tan desfavorable y a su madre llorar por la misma situación era un modo de tortura mental que nadie merece vivir, mucho menos en la infancia; sin embargo, el vicio de su papá había sido tan fuerte, que, después de un tiempo, decidieron abandonarlo.
La tristeza y la desesperación parecían ser más motivos para seguir tomando bebidas embriagantes y, justo cuando todos consideraban que el señor no vencería el vicio del alcohol, tuve la oportunidad de conocerlo. Fue
una experiencia muy fuerte, pero debíamos ayudar a ese hombre, antes de que las copas lo consumieran a él.
Después de estar un tiempo en rehabilitación, fue a visitarnos a la casa para darnos las gracias por la ayuda que le habíamos brindado y, hasta este punto de la historia, la vida de mi familiar se parece a la de muchas otras personas.
Sin embargo, no entendía las razones que pueden llevar a una persona a cometer tantos errores por un vicio que la destruye; así que, sin pensar, le pregunté por qué se había convertido en un borracho.
Entre todas las distintas respuestas que pueden darse ésta fue la suya: —Hay muchas razones y respuestas que te puedo dar, pero ninguna tendrá el suficiente valor para justificar que me haya convertido en lo que me has
dicho y que, ciertamente, he sido un borracho. Pero sí te diré que somos las personas quienes elegimos el sendero que vamos a tomar en nuestra vida y que no todos esos caminos son el de la felicidad, aunque así lo parezca.
Las lágrimas brotaban de sus ojos y se podía ver el sufrimiento en su corazón. Después, continuó diciéndome: —Si algo bueno puedes aprender de mí es que no debes causar daño a las personas que te rodean, pensando sólo en tus necesidades. Muchas veces creemos que por tener fuerza, poder y posibilidad, podemos ejercerlos en contra de los demás; eso es sólo una mentira. Nadie tiene derecho a tratar así a los demás, pues no existe tortura más fuerte que la que cada persona ejerce sobre sí misma y sobre sus seres queridos.
A decir verdad, nunca había escuchado hablar a alguien con tanto dolor en su alma. Sus palabras eran ciertas; sin embargo, él mismo las había olvidado al permitir que el vicio del alcohol destruyera toda la felicidad que alguna
vez había sentido en su vida.
Comprendí que hay muchas formas de tortura, como los vicios, que podemos conocerlas y hablar de éstas para evitarlas; no obstante, nosotros debemos evitar caer en ellos buscando ayuda si es necesario.
Finalmente, este familiar se fue con la esperanza de regresar a la vida que tenía, antes de convertirse en un alcohólico. Quiere recuperar a su esposa y a su hija. Espero que en ellas encuentre el apoyo y el amor suficiente para evitar volver a caer en el vicio del alcohol, pero, sobre todo, que el consuelo de sus palabras viva siempre en él.