En la escuela encontraremos amigos con los que compartiremos momentos especiales toda la vida, pero también conoceremos compañeros de los que aprenderemos a no seguir sus pasos y, con el tiempo, los olvidaremos.
Hace unos meses, se integró un estudiante nuevo a nuestro salón, es un niño muy bien portado, con buenos modales y de una familia rica. Un compañero lo ha apodado “el catrín”, curiosamente, el nombre de una figura de la lotería; esto me ha llamado la atención y he escuchado tanto sus comentarios como sus razones para decirle así.
Al final, más alumnos se han unido a las críticas, dicen que el niño nuevo es un catrín, un presumido que ha venido a gastar a la escuela el dinero de sus padres, invitando dulces en el recreo; comentan que desde que llegó, sólo ha demostrado que carece de humildad; ha presumido el modo suntuario en el que vive con sus zapatos, su mochila y su celular. En los días de gala, no hay nadie mejor vestido que él; bien peinado, limpio y galán.
A mí no me parece del todo que sea un niño engreído; considero que mis compañeros y yo nos sentimos impresionados con lo que él tiene, hemos llegado a presentar los “síntomas” de lo que la gente llama envidia.
Él se ha ido integrando poco a poco. Me ha parecido que, de pronto, el salón se divide en pequeños grupos de amigos, unos y otros ya no se hablan. Han llegado a preguntarme de qué lado estoy, con los presumidos o con los normales.
Al parecer, estos comentarios han llegado a oídos de nuestro nuevo compañero y se ha sentido culpable, ha intentado unir al salón. El otro día, nos invitó a su fiesta de cumpleaños, fue tan educado que nadie le dijo que no, pero los comentarios a sus espaldas empezaron a circular.
Comienzo a creer que la fama de aquella figura de la lotería, “el catrín”, como la de mi compañero, se debe más a los chismes de la gente, que a lo que es en verdad.
Mis papás me dieron permiso para ir a su cumpleaños; me dijeron que el mejor regalo que le puedo dar es una amistad verdadera, pues hay niños que se sienten solos entre tanta riqueza, crean muchos amigos que los buscan por lo que tienen, y no por lo que son.
He pensado que si en algún momento me integro a un grupo de amigos, me juntaré con el que me haga sentir mejor. Asistí a la fiesta; me sentí feliz al ver a la mayoría de los compañeros del salón, todos disfrutando del banquete, la piñata y el pastel.
Fue una reunión muy agradable; en ningún momento hubo críticas a nuestro compañero, sino música y diversión. Sus papás agradecieron a los niños dándoles un pequeño recuerdo a cada uno.
Lo más sorprendente llegó casi al final, cuando todos se despedían, el compañero que había comenzado a decirle “catrín” se acercó a darle un abrazo de cumpleaños, mientras un grupo de niños miraba lo que sucedía.
Con los nervios y la voz entrecortada, nuestro compañero le dijo al festejado: —Comprendí que podemos ser amigos, aunque nos consideremos diferentes. Muchas veces, las ideas que creamos en nuestra cabeza nos impiden pertenecer a un grupo unido. Admito que te he dicho ‘el catrín’ por creerte engreído y presumido, pero he sido más grosero al juzgarte mal, cuando nos has demostrado lo contrario.
El cumpleañero le dio un abrazo más fuerte, y nos agradeció a cada uno de nosotros por haber asistido a su fiesta; dijo que estaba muy contento de que lo hubiéramos acompañado y esperaba encontrar en todo el salón un grupo de amigos con los que pudiera reunirse siempre.
Tengo la certeza de que nadie olvidará a nuestro compañero, “el catrín”, quien nos ha enseñado a convivir y reunirnos, a pesar de las diferencias, pues es cierto que somos nosotros los que no nos permitimos formar parte de grupos de amigos valiosos que serán para toda la vida.