Encontré una amistad increíble que me ha enriquecido y enseñado a valorar más la compañía. Son pocos los amigos con los que estaremos toda la vida y que nos permitirán crecer con nuestras experiencias; por eso, considero que la amistad es un regalo muy valioso.
Este gran amigo mío tiene una mirada profunda, una sonrisa impecable y simpática, es un niño espontáneo y alegre, en ocasiones algo serio, pero siempre muy educado. He llegado a pensar que es como un diamante en bruto, es decir, a través del tiempo, sus aptitudes como ser humano comenzarán a notarse.
Tiene una característica muy peculiar que lo hace especial, su piel es de un color oscuro que lo distingue entre todos los compañeros del salón. A mí me agrada, pero me he dado cuenta de que a muchas personas les incomoda mi amigo y no es por otra razón que el color de su tez.
Considero que los niños tenemos un corazón puro en el que no existen diferencias, percibimos un mundo sin prejuicios, pero la educación que recibimos es la que no nos permite ver con claridad a los demás seres humanos.
Mi amigo había sido discriminado en varias ocasiones en el recreo; no se divertía en grupo porque lo dejaban solo a la hora de hacer equipos de trabajo e, incluso, le hacían comentarios que llegaban a ser ofensivos, aunque no hubieran sido dichos con intención, pues a veces los niños no medimos las consecuencias de nuestras palabras.
La semana pasada, en el descanso, un grupo de amigos suyos se juntó con nosotros en el almuerzo, cuando escuchamos un comentario fuera de lugar. Por un momento, nuestro amigo bajó la cabeza y sintió tristeza, pero después levantó la mirada, se paró y se dirigió a los niños que lo habían criticado. Caminó firme y se detuvo ante ellos.
—Por mucho tiempo me han dicho ‘el negrito’. Reconozco que mi color de tez es diferente al de muchos de ustedes, pero nunca lo he considerado como un defecto; al contrario, estoy orgulloso de tener el color de piel de mis padres y el de mis hermanos, porque ellos son personas buenas; sin embargo, aquellos que se consideran diferentes y mejores que yo por tener otro color de piel me han demostrado que carecen de sentimientos y valores.
Cuando se dio la vuelta, alguien le respondió con un comentario tonto, que no vale la pena mencionar. Alguien podría levantar una mano en su contra, pero creo que ninguno de nosotros lo permitiríamos. Una amiga nuestra
tuvo el valor de levantarse e impedir tal atropello diciendo: —Deben aprender a respetar a sus semejantes. No importan las diferencias, las ideas que profesemos, la edad o el color de piel, si soy niña o él es niño. Tenemos derecho a vivir bien, divertirnos y ser felices y no permitiremos que ustedes, por ser más grandes y considerarse fuertes, discriminen a nuestro amigo.
Los niños más grandes ya no se acercaron a molestarnos, y todo regresó a la normalidad. Cuando nos reunimos nuevamente con nuestro amigo,“el negrito”, todos le aplaudimos el hecho de que diera a respetar sus derechos y se valorara como ser humano. Es un gran niño, con un corazón noble.
Él me ha ayudado a seguir interpretando las cartas de la lotería; me dijo que estoy fomentando que mis compañeros sean mejores personas, valoren sus derechos y los practiquen con los demás e, incluso, que no habría tenido el valor de hacerlo sin una buena motivación.
He pensado que sería increíble que todos los niños practicáramos nuestros derechos y valores y se los recordáramos a los adultos, para que nuestros hábitos enriquezcan las diferencias y nos toleremos siendo respetuosos.