En las profundidades de la selva del Mayab, una ave verde con azul cantaba una melodía muy triste y hermosa que era escuchada por todo el lugar con efecto relajante y consolador.
Una niña miraba su rostro reflejado en un lago y rozaba con sus dedos el agua de la selva, mientras la recogía con un hermoso cántaro. Al escuchar el canto de aquella ave, se aventuró a buscarla en la selva y, cuando por fin la encontró, la observó cautivada. Era una ave que los mayas llamaron Toh, que significa pájaro del tiempo.
Por un momento, la niña se quedó pensativa, admirando su belleza. Nunca había visto una ave como esa tan de cerca. Sus colores verdes y azules eran llamativos, pero tenía una característica muy peculiar, en la punta de su cola había sólo dos plumas azules. Le nombraban el ave del tiempo porque el movimiento de sus plumas traseras parecía un reloj de péndulo que le recuerda al ser humano que el tiempo transcurre.
La niña le preguntó al ave por qué su melodía era tan triste y hermosa a la vez. Al principio, el pájaro se asustó, pero, al ver en la niña un sentimiento de amabilidad, le respondió: —Estoy triste porque las demás aves dicen que soy diferente a ellas. Si te has dado cuenta, en mi colita sólo tengo dos plumas y ésta ha sido la causa por la que me excluyeron de su grupo. Desde entonces he cantado en soledad.
—No te sientas así pajarito. Eres diferente a las demás aves; tienes buenos sentimientos y cualidades específicas que te hacen ser quien eres. Debes sentirte orgulloso de ti.
El ave escuchaba con atención a la niña, que le daba mucha confianza —Debes saber que nuestras características nos hacen diferentes, pero también iguales. Ante los ojos de la ley, somos iguales y merecemos respeto.
—¿A qué te refieres?, preguntó el pájaro, volando hasta la mano de la niña, que extendía su brazo para acogerlo. La niña respondió: —Sólo porque las demás aves te vean diferente, no significa que tú no tengas alas y no puedas volar. Eres un hermoso pájaro como ellos y tienes derecho a que te den un buen trato.
—Pero si las demás aves no respetan mis derechos, ¿qué puedo hacer?, interrogó inquieto el pájaro verde-azul. La niña sonreía y, con suavidad, caminaba entre la selva —No te preocupes, te protegeré de las demás aves, hasta que entiendan que todas son iguales.
—¿Cómo puedo creer en lo que me dices?, preguntó el pequeño pájaro. Tantas veces se había sentido rechazado, que esta ocasión no podía aceptar con facilidad las palabras de la niña.
—Aunque no lo creas, tú y yo no somos muy diferentes. Pertenezco orgullosamente a una etnia. He vivido con ustedes desde siempre, al igual que mis antepasados, y hemos aprendido a valorar nuestros derechos, a pesar de las diferencias. La ley nos protege. Nuestra cultura ha trascendido en el tiempo, con su lengua, costumbres y tradiciones.
El ave volaba alrededor de la niña y observaba sus características; después de unos instantes, se acercó a ella y le dijo: —No puedo creer que todo este tiempo hayas compartido este hogar conmigo y nunca antes me hubiera detenido a conocerte. Eres una niña muy inteligente y bonita.
La niña retomaba su camino a casa con el cántaro de agua en sus manos y una hermosa ave verde-azul volando a su alrededor. —Ahora tú eres mi amigo y compartiremos nuestros conocimientos con los demás. No importa qué tan diferentes seamos, sino qué tan iguales podemos ser, exclamó la niña.
El hermoso pájaro y la niña emprendían nuevas aventuras en la zona del Mayab; ambos se habían sentido solos y diferentes en alguna ocasión, pero conocían sus derechos y su belleza seguiría cautivando la naturaleza y el mundo.